miércoles, 21 de marzo de 2012

4. LA EMANCIPACIÓN DE LA ÁMERICA ESPAÑOLA


Los motivos que animaron los deseos de independencia de la América española fueron el trato discriminatorio dado a los criollos en los cargos coloniales por la administración borbónica; los fuertes impuestos y el control que España ejercía sobre la economía, y esencialmente el comercio; el ejemplo de la independencia de los Estados Unidos (1776) fue crucial para mostrar que era posible enfrentarse a la metrópoli y conseguir la victoria; y el interés de Gran Bretaña, deseosa de controlar el comercio americano, respaldando a los movimientos independentistas, convencida de que, una vez independientes, podría dominar fácilmente el mercado de las nuevas naciones.

A partir de 1808, en plena Guerra de la Independencia, los criollos optaron por no aceptar la autoridad de José Bonaparte. Crearon Juntas, a imitación de las españolas, asumiendo el poder en sus territorios; y se mantuvieron fieles a Fernando VII, aunque no reconocieron la autoridad de la Junta Suprema Central. Desde 1810 muchas de ellas se declararon autónomas respecto a la metrópoli.

Los focos más secesionistas fueron el virreinato de Río de la Plata, donde José de San Martín proclamó en 1810, la independencia de la República Argentina en la ciudad de Buenos Aires; el virreinato de Nueva Granada, en Venezuela, a cuyo frente se situó el gran líder de la independencia americana, Simón Bolivar; y el virreinato de Nueva España, en México cuyo levantamiento dirigieron Miguel Hidalgo y José María Morelos.

Las Cortes de Cádiz consideraron las colonias como territorio español y reconocieron los derechos de los criollos, pero fueron incapaces de intervenir frente al movimiento independentista, dado que apenas podían controlar el territorio hispano.

En 1814, finalizada la guerra en la península, el gobierno de Fernando VII en vez de buscar el acuerdo con los americanos, respondió con el envío de un ejército de 10.000 hombres que pacificó Nueva Granada y México, aunque se mostró impotente en el virreinato del Río de la Plata: Paraguay (1811) y Argentina (1816) se consolidaron como naciones independientes.

En los años siguientes, la total intransigencia de la monarquía respecto a la autonomía de las colonias, a pesar de carecer de dinero y de tropas para imponer su autoridad, estimuló el crecimiento del movimiento libertador.

San Martín  atravesó los Andes, derrotando a los españoles en Chacabuco (1817) y propició la independencia de Chile (1818). Bolivar desde el norte, derrotó al ejército español en Boyacá (1819) y Carabobo (1821), poniendo las bases de la formación de la Gran Colombia, que dio origen a las repúblicas de Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá. En México, el movimiento independentista liderado por Agustín Iturbide logró atraerse a la Iglesia y a las clases poderosas y en 1821 se independizó de la metrópoli. Tras la victoria de Ayacucho (1824) se produjeron las independencias de Perú y Bolivia (en honor de Bolivar) acabando con la presencia continental española en América. Sólo las Antillas (Cuba y Puerto Rico) y las Filipinas permanecieron como posesiones españolas.

La emancipación de las colonias y la creación de repúblicas independientes no solucionaron todos los problemas en la América hispana. El sueño de Bolívar, de conseguir una América unida, poderosa y solidaria se mostró imposible. La independencia política no supuso la independencia económica para el subcontinente. El dominio español fue sustituido por la constante intromisión de Gran Bretaña y Estados Unidos que fueron los primeros en reconocer a las nuevas naciones.