lunes, 30 de enero de 2012
2. GOBIERNO DE VALIDOS Y CONFLICTOS INTERNOS
El valido era un personaje de la alta nobleza, aunque también los hubo del clero e incluso plebeyos, que desempeñaba las funciones de gobierno con total confianza del rey. Muchos de ellos utilizaron el poder en su propio beneficio, y aumentaron el nivel de corrupción e ineficiencia de la administración de la Corona.
Francisco de Sandoval y Rojas, el duque de Lerma, fue el primero de esta serie, durante el reinado de Felipe III. Le sucedió su hijo el duque de Uceda en 1618 al perder la confianza del rey. Ambos gobernaron prescindiendo de los consejos, creando juntas y rodeándose de partidarios entre sus parientes y amigos, a los que dieron los mejores cargos.
El duque de Lerma aprovechó su posición para enriquecerse, siendo sus logros como gobernante limitados: Firmó la paz en Europa, Tregua de los Doce Años (1609), que no aprovechó para emprender reformas sociales o políticas; y trasladó la Corte a Valladolid, entre 1601 y 1606, para aumentar su poder e influencia sobre el rey.
La principal medida tomada en política interna fue la expulsión de los moriscos (1609 y 1614). Las razones fueron que los consideraba falsos conversos, difícilmente adaptables a la sociedad cristiana; y constituían un peligroso enemigo, cada vez más numeroso, dada su elevada natalidad. Los moriscos expulsados se dirigieron hacia el norte de África. Las consecuencias de dicha medida fueron: Afectó gravemente a la economía agraria, sobre todo en Valencia (representaban un tercio de la población) y Aragón (20%); y la pérdida de una mano de obra laboriosa como la morisca, en un momento de crisis demográfica.
El rey Felipe IV confió en un nuevo valido, Gaspar de Guzmán y Pimentel, el conde-duque de Olivares. Abordó una ambiciosa política de reformas fiscales que pretendió imponer de forma absoluta. Su objetivo era incrementar los ingresos de la Corona para financiar su costosa política exterior, y para ello presentó un proyecto conocido como la “Unión de Armas” (1625): Crearía un ejército de 140.000 hombres, reclutado y mantenido por cada reino en función de sus recursos demográficos y económicos. Este proyecto chocó con la realidad de la crisis económica y social; y la resistencia de los distintos fueros y privilegios de los reinos de la Península (Aragón, Valencia y Cataluña).
LA REBELIÓN EN CATALUÑA
En el contexto de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) el conde-duque de Olivares decidió abrir un nuevo frente en Cataluña en su enfrentamiento con Francia, y que situación sería una buena excusa para obligar a este territorio a contribuir con armas y dinero a los ejércitos de la Monarquía Hispánica.
En 1639, entraron en Cataluña los tercios reales, habitualmente muy indisciplinados; y las protestas contra ellos se multiplicaron desde la Generalitat y el Consell de Barcelona. En mayo de 1640 estalló una rebelión de campesinos, que atacaron a los tercios concentrados en las comarcas de Gerona. Un mes después se les unieron los segadors (segadores), que estaban congregados en Barcelona con motivo de la procesión del Corpus Christi (7 junio). Éstos se apoderaron de la ciudad en la jornada que se conoce como el Corpus de Sangre, donde los representantes del rey, incluido el conde de Santa Coloma, virrey de Cataluña fueron ajusticiados.
Los líderes políticos de la Generalitat temerosos de las represalias del rey y de la radicalización social de las masas populares, ofrecieron el condado de Barcelona a Luís XIII de Francia. Éste nombró un virrey francés y ocupó con sus tropas Cataluña, convirtiéndose este territorio en un escenario más de la guerra con los Habsburgo. Tras doce años de guerra, las tropas de Felipe IV, lideradas por Juan José de Austria, lograron entrar en Barcelona (1652), poniendo fin a la secesión.
LA REBELIÓN EN PORTUGAL
Las causas de la rebelión en Portugal fueron en primer lugar el deseo de Olivares de incorporar este reino a la Unión de Armas, aumentar sus contribuciones a la Monarquía y situar a un virrey castellano para controlar el proceso. En segundo lugar existía malestar en Portugal porque consideraban que sus colonias en Asia, África y Brasil estaban amenazadas por los holandeses e ingleses, y estaban siendo mal protegidas por la Corona.
En 1640 se reclutaron soldados portugueses para sofocar la rebelión catalana y se intentó movilizar a la nobleza portuguesa, liderada por el duque de Braganza. Los nobles se negaron a colaborar en la represión de la rebelión catalana y se sublevaron, en diciembre de 1640, y proclamaron rey al duque de Braganza con el nombre de Juan IV. La Guerra de Restauración se prolongó hasta 1668, año en el que la Corona española reconoció la independencia del reino portugués.
OTRAS REBELIONES EN LA MONARQUÍA
En 1641 el duque de Medinasidonia, primo de Olivares y cuñado del rey de Portugal, se sublevó en Andalucía con la intención de hacer de la región un reino independiente, pero fracasó en su intento.
En 1643 se produjeron alborotos y tumultos en la Corona de Aragón y Valencia. El miedo de la nobleza al desorden y la guerra garantizó la fidelidad de estos dos reinos. Hicieron grandes contribuciones económicas a favor del monarca.
En 1647 en Italia, se produjo el motín de Palermo (Sicilia) y unos meses después se sublevó Nápoles. Las causas de las rebeliones eran el aumento de los impuestos sobre el consumo de ciertos alimentos. Ambas revueltas fueron reducidas por las tropas españolas auxiliadas por gran parte de la nobleza local. Como consecuencia, los impopulares impuestos fueron abolidos en 1648 en Nápoles y Sicilia.
En 1643, Felipe IV se vio obligado a destituir al conde-duque de Olivares. Sus proyectos de reforma habían fracasado, provocando una grave crisis en la monarquía y su fracaso personal. Tras la destitución de Olivares, el rey no volvió a entregar el poder a un solo favorito, aunque hasta 1661 tuvo gran influencia Luis de Haro, sobrino del conde-duque.
Durante el reinado de Carlos II (1665-1700) la aristocracia volvió a recupera el poder y los fueros de cada territorios fueron respetados. El neoforalismo es un pacto no escrito entre los reinos y la corona de no enfrentarse ni ampliar los impuestos, respetando la autonomía de los territorios. El neofeudalismo supone que la alta nobleza (los grandes de España) pasaron a controlar la monarquía. El número de títulos aristocráticos se multiplicó y los aristócratas se apoderaron de los cargos y privilegios mayor interés económico (el cargo de virrey en América se llegó a subastar).
Don Juan José de Austria, fue quien lideró el neoforalismo y el neofeudalismo. Hijo ilegítimo de Felipe IV. Había adquirido prestigió en las campañas militares de la monarquía Fue respaldado por la aristocracia y recibió apoyos dentro de la Corona de Aragón (sobre todo en Cataluña). Al frente de un ejército de 15.000 hombres, entre ellos destacados miembros de la nobleza, entró en Madrid aclamado por la multitud en enero de 1677.
A su muerte, le sucedieron una serie de primeros ministros que fueron aceptados por la aristocracia y la Administración. Los más importantes fueron el Duque de Medinaceli y el conde de Oropesa (gobernaron entre 1680 y 1691). Intentaron imponer una serie de medidas económicas y políticas: control del desorden monetario; creación de un Ministerio de Hacienda; anulación de la deuda de numerosos juros; recorte de los gastos eclesiásticos y burocráticos; y la supresión de los puestos en los Consejos.
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