El
sur de la Península, rico en cobre, plata y oro, y
estratégicamente situado en la ruta del
estaño fue el lugar escogido por pueblos provenientes del este del mar
Mediterráneo (fenicios, griegos y cartaginenses) para fundar establecimientos
comerciales:
Los fenicios a finales del segundo milenio, fundaron
sus primeras colonias, entre las que destaca Gadir o Gades (Cádiz), que significa “ciudadela” o “fortaleza”, en
torno al siglo VIII a. C, según la fuentes arqueológicas. Otros enclaves fenicios fueron
Malaca (Málaga) y Sexi (Almuñecar). Era un pueblo del Mediterráneo
Oriental, que procedía de las costas del actual Líbano. Dominaban la navegación
y su actividad fundamental era el comercio. Introdujeron manufacturas de lujo,
productos exóticos y tecnologías.
Los griegos desembarcaron a la
Península Ibérica hacia el siglo VII a. C.
Los más destacados fueron los focenses, que fundaron enclaves coloniales como Emporion (Ampurias) y Rhode (Rosas) desde
los cuales establecieron contactos comerciales y culturales con los pueblos
indígenas, que estimularon el desarrollo de sus ciudades. Distribuían cerámica
procedente de Atenas e introdujeron el cultivo de la vid y del olivo, y las
primeras monedas acuñadas en la península.
Los cartaginenses llegaron entre los siglos VI y V a. C.,
continuando la obra colonizadora iniciada por los fenicios. Fundaron colonias como Ebusus (Ibiza) y Villaricos (Almería),
pero fue Cartago Nova el máximo
exponente su poder en la Península. Además de su interés por la plata y los
metales, reclutaron mercenarios entre la población nativa, para luchar contra
griegos y romanos. Fueron los primeros en exportar, desde la península hacia
Oriente, salazones de pescado y el célebre garum o garo (salsa de pescado
macerado con sal), un condimento muy apreciado en todo el Mediterráneo.
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