Dentro
de la Península ibérica la rebelión más importante fue la de los moriscos de
Granada, conocida como la Guerra de las
Alpujarras (1568-1570). La presencia de los moriscos constituía un problema
religioso (se dudaba de la
autenticidad de su conversión); un problema social, ya que apenas se
integraban en la sociedad cristiana; y algunos practicaban el bandolerismo en
áreas montañosas; y podían originar un conflicto
político, por ser aliados potenciales y colaboradores de los turcos y de
los piratas berberiscos que asolaban las costas mediterráneas.
En
este contexto se desencadenó la rebelión de los moriscos a causa de unas normas dictadas por el rey que prohibía el uso de la
lengua árabe (plazo de tres años para aprender castellano); el uso de
vestimentas y apellidos árabes; y la práctica de ceremonias y costumbres
musulmanas. La rebelión fue aplastada por don
Juan de Austria, hermanastro del rey. La mayoría de los moriscos granadinos
fueron deportados y repartidos por toda Castilla (80.000) y sus tierras se
confiscaron y se asignaron a nuevos colonos.
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